domingo, 14 de junio de 2009

La lectura y la escritura

Escritura, lenguaje y lectura

Daniel Peláez Carmona

Escribir es pensar: pensar primero y escribir después. Es una idea que aunque pareciera un sinsentido, a un lugar común, encierra un contenido interesante, que sólo podemos entender cabalmente cuando nos disponemos a llevarla a la práctica, Cuántas veces en nuestra vida de no nos sentimos impotentes para realizar algún trabajo porque no hemos aprendido a escribir, y como bien dice Vivaldi en su Curso de Redacción, porque no hemos aprendido a pensar.
Este planteamiento, que hace referencia a lo que significa el escribir, pudiera creerse que sólo es válido para quienes se van a dedicar al arte literario, para quienes van a hacer suyo el oficio de escritor, sin embargo, no es correcta esa apreciación, porque el escribir correctamente no sólo es una necesidad para los escritores –que de por sí es indudable-, sino para cualquier profesionista, pues todos en su ejercicio de la profesión tendrán más de alguna vez que redactar un escrito. Y, precisamente, la falta de entendimiento de esta necesidad produce que con frecuencia nos encontremos con un sinnúmero de casos de abogados, médicos, ingenieros, biólogos, que no son capaces de redactar un texto de media cuartilla, y si lo hacen, adolecen de sumas deficiencias.
Pero la situación se torna más grave, cuando esas deficiencias las encontramos en personas que el uso del lenguaje escrito es su profesión, es la actividad que les da el pan de cada día, tal es el caso de muchos periodistas que por ignorancia, por falta de cuidado, negligencia o porque se supedita la corrección de los escritos a los verificadores de textos que tienen los procesadores y que hacen gala día con día de su incorrecta forma de escribir. Que esto es cierto, lo podemos comprobar, basta con leer algún diario –local, regional e incluso nacional- y nos encontraremos con notas, entrevistas, reportajes, artículos, etc., plagados de errores, hasta los más elementales en la estructuración de oraciones.
Es ante estas limitaciones frecuentes y graves, que se hace necesario insistir en la urgente necesidad, para aquellos que están involucrados en el quehacer cotidiano de la profesión y para los futuros miembros del gremio, de acercarse realmente al conocimiento de las nociones elementales del buen escribir, si es necesario, comenzar con el abc de la gramática, pero hacerlo. Para poder cumplir con esta tarea y eliminar las deficiencias que al respecto se tengan, se puede iniciar escogiendo un buen manual y tenerlo como nuestro libro de cabecera.
Es en este contexto en el que podemos resaltar la importancia de la obra de Vivaldi, Curso de Redacción, que sin negar que en varios aspectos se ha descontextualizado, en lo general son válidas las recomendaciones que a lo largo de la obra se van dando de una forma muy accesible, por el espíritu didáctico con que fue elaborado, en relación a la forma correcta de escribir, por lo que bien podemos y debemos tenerlo siempre a la mano.
Precisamente, en las páginas dedicadas en forma concreta al arte de escribir, se plantea la necesidad de que cualquier trabajo que se quiera realizar correctamente, debe sujetarse a ciertas reglas, que sin ser absolutas, son necesarias para evitar la anarquía en la composición. Conviene que se tenga plena conciencia de lo que se quiere escribir, es decir, que antes se elabore en nuestro pensamiento un plan bien estructurado, ordenar bien nuestras ideas, primero, para poder plasmarlo después. La plasmación de los resultados no será producto solamente de la inspiración, sino del conocimiento profundo del tema elegido, de la capacidad de investigación que se tenga o se desarrolle y del manejo del idioma.
Teniendo ya el escrito, se debe procurar en la medida de lo posible, revisarlo y como lo haría un pintor con su cuadro, darle el retoque, el acabado de los arquitectos. Se dice esto es necesario, en la medida de lo posible, pues para el periodista resulta limitante el hecho de que se tenga que estar redactando diariamente, pues impide una revisión minuciosa, aunque también ha servido de pretexto, para no revisar y presentar trabajos que dejen mucho que desear.
En relación a las cualidades que debe reunir el buen estilo menciona que este debe ser: claro, que por su expresión, no se dificulte su comprensión a un hombre de cultura media; conciso, que se utilicen los vocablos precisos para expresar lo que se quiere, ni más, ni menos, que no se le dé vueltas al asunto: sencillo, que su comprensión no se dificulte, que las palabras usadas se entiendan fácilmente: y natural, que para decir lo que el tema exige, no se utilicen términos rebuscados.
El autor sostiene y estoy de acuerdo que todas las reglas que se plantean para escribir, tienen un carácter relativo, es decir, que no se pueden aplicar mecánicamente, como una receta de cocina y dar como resultado una producción literaria, digna del más grande escritor. No, porque de ser así, se uniformaría el estilo de los escritores; en el caso nuestro, de los periodistas y eso no es posible, porque quien lo hiciera perdería originalidad, que no es más que la manera propia a cada individuo de observar, sentir, y describir la vida. Esto es aplicable al periodismo, pues aunque existen determinados géneros; nota, entrevista, artículos, reportajes, crónica, etc., cada periodista tiene, o debe tener, su propia manera de hacer cada uno de ellos, lo que se puede lograr si se cuenta con los elementos indispensables para escribir correctamente. Debemos decir que en la búsqueda de la originalidad, los periodistas necesitamos hacer de cada trabajo, así sea la más insignificante nota, o la más intranscendente entrevista, un producto armónico de nuestro esfuerzo personal, un todo coherente, que se manifieste esa armonía y esa coherencia desde el inicio hasta el final, así como los colores que conforman una pintura de calidad o los tonos de una sinfonía.
Por último, hay que insistir que no basta con el conocimiento de un conjunto de reglas para hacer arte de la escritura, sino que es fundamental el conocimiento pleno de nuestro lenguaje, que no es el conocimiento de una gran cantidad de palabras, sino su uso correcto, su comprensión plena, para su consecuente aplicación adecuada. Para lo cual, no basta con tomar el diccionario y aprenderse de memoria las definiciones de las palabras, sino conocerlas ahí donde adquieren valor, en el texto, en la frase, en la oración, lo que significa que tenemos que conocer las obras producidas por los grandes escritores. Es necesario, pues, que hagamos hábito la buena lectura, que sintamos un hambre insaciable de literatura.
Sólo quien se acerca a la buena lectura, es capaz de poder entender y conocer, o conocer y entender mejor nuestro idioma y puede llegar a ser capaz de producir buena escritura. Es pues, una necesidad insoslayable, acrecentar día con día nuestro acervo cultural y la lectura sigue siendo el instrumento más eficiente..
Publicado en El Comentario el 8 de junio de 2005

Biografía de Ignacio Ramírez

Escritor, poeta, jurista, político y humanista mexicano. Nacido en San Miguel de Allende, Guanajuato, realizó sus primeros estudios en la ciudad de Querétaro y posteriormente se trasladó a la ciudad de México, en cuya Escuela de Jurisprudencia recibiría su título de abogado. Formó parte de la Academia de Letrán; su discurso de ingreso en 1837, siendo muy joven, es histórico, ya que pronunció una frase que provocaría gran revuelo: "Dios no existe, las cosas de la naturaleza se sostienen por sí mismas". Como sus compañeros de batalla (Guillermo Prieto, Manuel Payno, Ignacio M. Altamirano) peleó con ejemplar honestidad y valor en todos los combates del complicado periodo histórico que le tocó vivir. Fue desterrado, encarcelado y estuvo a punto de ser fusilado. Colaboró en la redacción de las Leyes de Reforma de 1859 y fue ministro de Instrucción Pública. Además de su participación en numerosos periódicos (Don Simplicio, 1845, donde aparece por primera vez con el seudónimo de El Nigromante), escribió sobre cosas muy variadas: La lluvia de azogue (1873), Observaciones de meteorología marina, Lecciones de literatura (1884). (tomada de El poder de la palabra, http://www.epdlp.com/index.php)