lunes, 7 de marzo de 2011

mujeres

Por todas las mujeres

Contra el peso que representan siglos de relaciones sociales patriarcales, basadas en la desigualdad de los sexos, la lucha de las mujeres ha ido ganando terreno en la conquista de igualdad de derechos. Ayer en la primera plana de este diario, apareció una cabeza noticiosa a ocho columnas relativa a que las mujeres representan el 40% de la matrícula en las instituciones de educación superior.
Sin duda, un buen botón de muestra de que la emancipación de la mujer ha sido uno de los grandes fenómenos históricos que inició en el siglo XX y seguramente se consolidará en esta nueva centuria. En este proceso de emancipación, se pueden distinguir dos grandes etapas: la primera, fue la batalla para obtener idénticos derechos políticos, el sufragio universal; la segunda, la batalla por la igualdad de acceso al ejercicio de las profesiones.
Ambas etapas tuvieron su culminación al término de la segunda guerra mundial, cuando ya eran pocos los países en los que no se permitía votar a las mujeres y cuando la necesidad de que la familia contara con dos ingresos en vez de uno, se hizo cada vez menos soslayable.
Actualmente, no hay campo de la vida profesional, académica y laboral en que la mujer no haya incursionado. La frontera entre profesiones o actividades exclusivas a uno de los sexos, ha desaparecido. Las mujeres irrumpieron y tomaron por asalto los más altos puestos de la política, de la industria, de los medios de comunicación, de la intelectualidad y en los hechos, han ido adquiriendo una igualdad en todos los terrenos.
Esto me lleva a la reflexión siguiente. En la lectura de uno de los textos clásicos del marxismo -sí ese marxismo tantas veces vilipendiado y enterrado y que siempre, como el ave fenix, vuelve a renacer de sus cenizas para reivindicar su validez como método de análisis-, el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels señala, al analizar la época conocida como matriarcado, en la que las mujeres tenían un rol preponderante, que ésto se debía a que no existía una diferencia radical en el papel económico de hombres y mujeres, pues todos participaban por igual, en el sostenimiento de la comunidad, y que, las mujeres tenían la ventaja de -al no existir la familia monogámica- contar con el conocimiento de quiénes eran sus hijos, factor importante en la estabilidad de la organización social.
La mujer -siguiendo a Engels- también perdió con la aparición de la propiedad privada. La división de la sociedad en propietarios y desposeídos, planteó también la necesidad de que la nueva clase social propietaria, garantizara la herencia de sus bienes a los miembros consanguíneos, por lo que también apareció la necesidad de fundar la familia monogámica, reconocida por la sociedad. Ahí también desapareció la preeminencia de las mujeres y se estableció la diferenciación de sexos: el hombre para el trabajo y las mujeres para la casa, al cuidado de los hijos; los hombres para mandar y las mujeres para obedecer. El machismo sentó sus reales, por los siglos de los siglos.
Ahora, de acuerdo con las estadísticas, las mujeres están recuperando la importancia que tuvieron en el terreno económico. En México ya representan el 50% de la población económicamente activa, son el 40% de la matrícula de estudios profesionales y mantienen puestos de dirección en empresas e instituciones públicas. Consecuentemente, también están recuperando sus derechos políticos, el reconocimiento social y cultural.
Sin embargo, como señala Hobsbawm, todavía queda mucho por hacer en este siglo XXI, porque la emancipación femenina se ha limitado a una parte del mundo y a determinados sectores de la población; existen todavía grandes zonas del mundo y amplios sectores de la sociedad, en donde este fenómeno aún no se ha producido.
Sí, porque no todas las mujeres tienen las mismas oportunidades. Bien por aquellas que han podido acceder a los estudios profesionales; bien, por las que han accedido a un empleo remunerado o han alcanzado un puesto de dirección empresarial; bien, por las que tienen la oportunidad de levantar su voz, investigar y escribir sus puntos de vista en la prensa; bien, por las que se han hecho merecedoras a premios literarios y homenajes públicos; bien, por las que son desayunos en el campestre, tarde de compras en la boutique, visita a la modista y a la estética, regocijo en el club, estancia altruista con los pobres. Ellas, tal vez, han logrado la tan ansiada igualdad.
Pero y que hay de los millones de mujeres que no han podido acceder a los servicios más elementales para tener una vida llevadera; que se soban el lomo todos los días, lavando y planchando ajeno, perdiendo la vista en una máquina de coser, vendiendo lo que se pueda, para darle de comer a sus hijos; aquellos cientos de mujeres que no son sólo el beso nocturno, sino el cuidado permanente, sin dormir a veces, para cuidar al hijo enfermo; aquellas que, después de una jornada de trabajo mal remunerado, sufren el escarnio más grande que significa el trabajo cotidiano de la casa, el cuidado de los hijos, sin tener acceso a los bienes, productos del progreso tecnológico, que le harían menos pesada la carga, porque el dinero apenas les es suficiente para mal comer; aquellas que reciben el maltrato permanente, en la casa por el esposo, discípulo del machismo ancestral, ante quien no tienen ni siquiera el derecho de decir no; en el centro de trabajo, víctimas del abuso y hasta el acoso sexual, donde el temor a perder el trabajo, las obliga a aceptar las peores vejaciones; y por el poder, que cuando reclama los derechos para sus hijos y se suman a la protesta social, sólo reciben evasivas, negativas rotundas y, a veces, garrotazos.
A esas mujeres sin voz, sin reflectores, sin espacios públicos, a quienes como dice la canción que cantaba Amparo Ochoa, "se les va la vida en el agujero, como la mugre en el lavadero". Por todas esas mujeres, valen, no los homenajes de cada día Internacional de la Mujer, sino la lucha por construir un país con más justicia social, que les brinde la esperanza de un futuro promisorio; que reivindique su trascendental papel económico, político, social y cultural, más allá de retóricas y falsos aspavientos en pro de la igualdad de género.
Anticipo mi felicitación a todas las mujeres trabajadoras y me alegro de contar con una madre que, a pesar de haber dejado la vida en el cuidado de sus hijos, todavía sigue luchando por construirse un presente y un futuro; y de contar con una compañera con quien forjamos nuestras utopías. Por todas las mujeres, todos los días deben ser internacionales, suyos.
Publicado en El Comentario el 07 de marzo de 2001
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